El fin y el comienzo

Fin del camino, de nuestro Camino.

Junto con Pablo y Alberto, mis hijos mayores, he andado estos días el camino francés, sus últimos cien kilómetros: empezamos el martes 18 en Sarria, y lo finalizamos el sábado 22 en Santiago de Compostela.

Santiago de Compostela

Hoy lunes, dos días después de llegar a la catedral de Santiago, escribo estas líneas, ya desde casa, mientras suena de fondo la preciosa canción «Tierra«, de Xoel López, que me acompañó estos días gracias a mi amigo Fernando León.

Ropa limpia, botas repasadas, neceser vacío, imán/flecha en la nevera, chubasquero seco. También la capa.

El saco de dormir sigue en su funda. Apenas ha hecho falta estos días. La calefacción de los albergues ha abrigado nuestro descanso mientras muros afuera el frío y la lluvia mojaban el terreno.

La aguja y el hilo de seda que me dio mi madre en previsión de ampollas regresan al costurero sin debutar, genial noticia.

Las botas sí que han necesitado un buen repaso. Han sido cientos de pasos sobre agua, barro, piedra, adoquines y asfalto.

Cientos de pisadas sobre miles de hojas de roble, castaño y eucalipto.

Sí, ahora escribo la última crónica del camino. Dos días de margen para dejar distancia, pensamiento, descanso, recuerdos, …

La mochila, limpia y vacía, aguarda a la vista el momento de emprender un nuevo viaje. Aún no la guardo. Necesito tenerla a la vista unos días, y proyectar en ella un nuevo viaje, una nueva experiencia, un nuevo proyecto. 

Sarria, Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Pedrouzo y Santiago de Compostela.

22.4 km, 25 km, 28.8 km, 19.1 km y 20 km: total 115.3 km en cinco etapas.

Me quedo con las sensaciones de los tres primeros kilómetros, al partir de Sarria, y los tres últimos, llegando al Obradoiro. También con el momento del abrazo al apóstol.

Esa mezcla de ilusión, nervios, esperanza, anhelo, expectativa, agitación, …

Y me quedo también con la imagen de los galleguiños Bea y Alberto, por las calles empedradas del casco antiguo de Santiago, mochila al hombro, y sus miradas perdidas como tratando de encontrar la flecha amarilla que indicara la continuidad del camino.

Qué pareja más auténtica estos jóvenes venidos de Ferrol.

Difícil narrar la experiencia sin dejar algo o a alguien por señalar.

En mi recuerdo y en el de mis chicos, queda también la huella de Jose Antonio, de Cuenca. Tras bajar de abrazar al apóstol nos muestra una nuez en su mano, y nos cuenta, con el rostro inundado de lágrimas, que ha cumplido la petición de una anciano de Sarria que le encargó llegar a Santiago con la nuez y ofrecerla al apóstol y rezar por su mujer enferma.

Gran tío este Jose Antonio. Como los compañeros coreanos, sigue camino a Finesterre para cumplir la antigüa tradición de quemar todo aquello de lo que se quiere uno deshacer y que no le beneficiará para comenzar una nueva vida.

Jose, volvía a su casa, a su querida Granada. Quiere volver en junio a hacer el Camino en bici.

Sebas y su hijo Gonzalo a su Madrid. Gonzalo regresa sin tener claro si retomar su vida anterior en Londres.

María José y Esther también regresan a su Cádiz natal.

Nos acordaremos también de Natts, la chica finlandesa que empezó el Camino hace 6 meses en su país. Quizás baje a Lisboa antes de regresar a casa.

Y también de Per, un joven sueco encantador y auténtico, que tras el viaje no sabe si retomará sus estudios de medicina o se hará granjero.

Y del alemán, un joven emprendedor del país teutón que quedó encantado de estas tierras y se quedó a vivir, y abrirá su albergue, de camino a Arzúa, en el mes de marzo.

Cinco días de convivencia que guardan cientos de momentos únicos.

Mil gracias a tod@s l@s amig@s que habéis estado al otro lado de la crónica estos días, con palabras de ánimo y me gusta. De verdad, kilómetros de GRACIAS

Ha sido el fin del Camino, pero el inicio de uno nuevo.

Cientos de flechas pintadas de amarillo, a mano alzada, nos han guiado estos días.

Buen camino

La mochila, limpia y vacía, aguarda a la vista el momento de emprender un nuevo viaje, un nuevo comienzo.

A tod@s, buen camino.

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