En mi hambre mando yo

Lunes tarde, llueve. Asomado a la ventana, contemplo la escena. Un coche gris, como la tarde, detiene su marcha  junto a los contenedores que hay a mitad de la calle. La fina lluvia barre de gente la calle.

Del coche baja un señor de mediana edad y tez morena. Una vez pone los pies en el suelo, alcanza del interior del vehículo un paraguas multicolor.

Sin cerrar la puerta del coche, se dirige con paso pausado a los contenedores de basura. Utiliza el extremo del paraguas para ladear una bolsa de basura que se encuentra a su paso, en el suelo.

Con una mano aguanta el paraguas, con la otra mano abre la tapa de un contenedor. Hecha vistazo a su interior, hecha el cuerpo atrás y vuelve a cerrarlo. Se asoma al otro contenedor. Pliega el paraguas y hace uso de él golpeando algún objeto del interior. Deja en el suelo una bolsa de basura  que saca ayudándose del extremo del paraguas.

El hombre, sosegadamente, cuál la fina lluvia que cae, despliega de nuevo el paraguas y se cubre con él. Su tono multicolor contrasta con el tono gris de la tarde.

Del interior de la bolsa extrae unas prendas de ropa. Una gorra surge del montón, y pronto cubre su cabeza. Acto seguido una chaqueta de pana cubre su cuerpo. El hombre, contento por la adquisición, hace un guiño a la lluvia y posa unos instantes junto al contenedor cual modelo en sesión de fotos. Lo hace con elegancia, con dignidad.

El paraguas multicolor, que reposa en el suelo, acompaña la escena.

Antes de retirarse, el hombre saca del interior de la bolsa de basura unas botellas de cristal. Una mueca de desaprobación acompaña los pasos que le separan del contenedor del vidrio que hay unos metros más arriba. Allí deposita las botellas.

El hombre vuelve sobre sus pasos, recoge del suelo su paraguas multicolor, y se dirige de manera pausada a su coche.

Cierra el paraguas, entra en el coche, arranca, y en unos segundos el vehículo desaparece al final de la calle.

Durante unos segundos, quizás minutos, mantengo la mirada perdida al final de la calle.

Sigo viendo el paraguas multicolor en esta tarde de tono gris.

Y sigo viendo una escena de dignidad en estos años de tono gris.

Y me viene a la cabeza la siguiente anécdota que un día contaba el escritor, humanista y economista español José Luis Sampedro, y cuya autoría es del libro «España», de Salvador de Madariaga.

Y dice así:

En Andalucía un grupo de jornaleros esperaban en la plaza del pueblo a que el cacique llegara y les contratara por un jornal. Era época de elecciones y el cacique al llegar propuso pagar un duro a cada jornalero a cambio de que votaran a dicho cacique, pero uno de los jornaleros le tiró el duro a la cara y le dijo «en mi hambre mando yo«.

Y sí, mientras golpeo el teclado del ordenador sigo viendo el paraguas multicolor en esa tarde de tono gris.

Y con él, una escena de dignidad se abre paso en estos años de miedo, sinrazón, y politono gris.

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