Cuánto tiempo. También sin escribir. Hoy en el vagón del metro me encuentro a los gemelos y al Pitu. Cómo crecen. Niños ya muchachos.
Bastante calendario sin verlos. Al Pitu más, y lo he reconocido porque se me ha quedado mirando, mirando. Como ellos miran. La misma mirada de hace años, pidiendo pasar al Centro y participar en la actividad de los mayores. Casi siempre venia expulsado del cole.
Con esa mirada de compasión y súplica. De complicidad y compromiso. Mirada auténtica. Como él. Podría ser el primero de la clase. Lo sabe, pero no lo quería saber. Y es verdad que en la calle era el primero en muchas, muchas cosas.
El revisor del metro me solicita el billete. ¿Aún existen? Pensaba que se habían extinguido; los revisores, digo.
Muestro el billete y los buenos días. Despido sus pasos con la mirada.
Giro la vista y ya no veo a los muchachos. Raudos han bajado en la parada al ver llegar al revisor.
Al pasar junto a ellos, ya en marcha el tren, los veo en el andén a través de los cristales.
El Pitu me mira y sonríe, sonríe y me mira. Con esa mirada que dice. Como sólo ellos miran. Que sin decir, dicen.
Debe estar conectado para enviar un comentario.