Reconozco que he vivido un subidón de alegría y emoción, a partes iguales, al asomarme a medio día a la ventana y descubrir cantidad de niños y niñas paseando y jugando en la calle, montando en patín, pedaleando en bici, lanzando al aire la pelota de basket, jugando con su madre al tenis en la zona peatonal, o golpeando el balón de fútbol contra la pared.
Hoy me ha recordado a la mañana de reyes, donde los niños y niñas corretean y estrenan sus nuevos juguetes, acompañados bajo la alegre, atenta y mirada cómplice de sus progenitores. Sí, hoy lo he visto así de nuevo. Niños y niñas desconfinados, jugando con poco equipamiento, sin estrés de extraescolares, sin club, ni intermediarios, como el juego los trajo al mundo.
Sí, y he visto miradas alegres tras 40 días de arresto domiciliario impuesto por el covid19. Miradas sonriendo al día elegido para abrir la puerta de casa para asaltar las escaleras que conducen a la calle.
Esa calle que nos arrebató el Covid19 hace ya 40 días de sol y lluvia, de luces y sombras, de aplausos y balcones, de recetas y canciones.
Caras alegres sí, en esa calle tan deseada de pisar, tras 40 días de ser sitio de paso y no de estar, donde el tiempo es limitado y los saludos tienen veto.
Sí, he visto en sus caras miradas atentas, gestos de alerta para no incurrir en acciones que nos lleven de nuevo al tropiezo de estar confinados. Esto aún no está ganado.
Sí, y miradas cómplices, como saboreando muy por dentro esta conquista de recuperar la calle, los juegos, el aire libre y el sabor de la victoria.
Imagino a los menores sintiéndose hermanados con decenas de niños y niñas, algunos de ellos compañeros de pupitre, que ocuparán ahora también las calles y aceras en otras partes de la ciudad.
Y me ha recordado unos cuantos años atrás, vislumbrando nuestra infancia de calle, cuando los sábados y domingos eran nuestra eterna recompensa a la semana. Eran días eternos donde las carreras, los balones, el escondite y los amigos daban vida y llenaban de experiencias las calles.
Donde la comunicación empezaba pulsando los timbres de los patios para buscar amigos cómplices con los que vivir las horas sin reloj, horas sin wifi, ni tecnología, ni algoritmos, donde las conexiones eran tan naturales como auténticas, y donde el game over lo advertía el cabeza de familia desde la ventana.
Sábados y domingos donde la mañana, la tarde y la noche tan solo se ponía en off en el momento de recoger el bocata que nos tiraba nuestra madre por el balcón desde casa o recogíamos en el ascensor. Donde el día era tan intenso como las conversaciones de horas y horas llenando la acera de pipas, esperando al amigo o amiga que bajara con la pelota, la goma de saltar, la cuerda o el patinete hecho con rodamientos el día anterior.
Pues sí, esta mañana desde la ventana he vuelto a sentir lo que estos días de confinamiento, incertidumbre, balcones y aplausos. Esa ilusión por reconectarnos con el entorno, con los vecinos, con el barrio y con sus gentes.
Pero este partido aún no ha finalizado. Tenemos que conseguir hacer buena la victoria de hoy para QUE, en unas semanas, LA CALLE SEA LA CONQUISTA.
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